La lucha contra el cáncer refleja la estrecha relación que existe entre la historia de la humanidad y la ciencia, encontrando su punto álgido en el descubrimiento de los agentes citotóxicos en la Segunda Guerra Mundial, aunque la batalla contra el cáncer comenzó milenios atrás ya en las civilizaciones egipcias y griegas antiguas.
Para llegar al punto donde nos encontramos en el primer cuarto del siglo XXI han hecho falta importantes descubrimientos en la biología molecular de la célula tumoral y de su relación con nuestro organismo, cambiando la propia definición de cáncer hasta la fecha.
La piel y sus anejos (pelo y uñas), al igual que las mucosas, van a seguir representando una diana colateral importante de nuestras armas contra el cáncer (4).
Como profesionales sanitarios implicados en el manejo del cáncer, es importante conocer estos efectos secundarios y su abordaje terapéutico, ya que van a impactar de manera significativa en la salud y calidad de vida de los pacientes oncológicos.
En la actualidad, ya nadie muere en casa. Los pacientes cercanos a su fin de vida mueren en su gran mayoría en los hospitales, lejos de su entorno habitual. En medio de este contexto no debe extrañarnos que, cuando a una persona le diagnostican una enfermedad oncológica, las reacciones emocionales que genere estén relacionadas con un fuerte impacto emocional que le afectará a ella y a su entorno más cercano.
Vamos a estudiar las manifestaciones clínicas más características de esta situación, con el objetivo principal de conocerlas para poder identificarlas más fácilmente en los pacientes que se atienden y se acompañan por parte del profesional sanitario.